domingo, 14 de septiembre de 2014

El movimientismo y sus vestigios


Mucho se ha hablado últimamente de la búsqueda de candidatos a la presidencia para las elecciones del año 2015. Nomás dentro del kirchnerismo se barajan varios nombres, que van desde los números puestos (Scioli, ¿Randazzo?) hasta los dudosos como Urribarri, Rossi, Julián Domínguez y demás miembros de la troupe del FpV. La opción por Massa o Macri parece configurar un escenario binario dentro de lo que denominamos “oposición”, aunque aún resta conocer el camino que desandará la Unión Cívica Radical.

A propósito del centenario partido, la búsqueda parece pasar por la fragmentación en diversos núcleos que se añadirán a las otras alternativas de oposición o -eventualmente- al oficialismo, siendo el mayor de ellos el incluido en el frente UNEN y el menor, el que se inclinará por el kirchnerismo de aquí en adelante –quitando aquellos ex radicales que hoy son parte del universo kirchnerista, pero sumando a Leopoldo Moreau, quien formalmente aún se encuentra afiliado al partido de Yrigoyen-. Desperdigados en otros menesteres, otros correligionarios han engrosado las filas del PRO o se han marchado al Frente Renovador, lo cual lleva a la UCR al “movimientismo” tan criticado del peronismo.

Nuestra tesis, de aquí en más (ya se comprenderá por qué), se funda en que a los radicales les hace falta el nervio vecinal conurbanista.

Llamativo resulta comprobar que las tres figuras que tomaremos como "candidatos naturales" para los comicios del año entrante (Scioli, Massa, Macri, en ese orden) son sujetos crecidos y formados en ámbitos "metropolitanos" -porteño el gobernador, tandilense por casualidad el jefe de gobierno, de la bonaerense San Martín pero atigrado el intendente que venció en las legislativas 2013 a (¿su futuro aliado?) Martín Insaurralde, "Jessico"-.


Al modesto entender de este escriba, el papel de los dirigentes provinciales se ha limitado al de acompañamiento: ninguno parece tallar en la lucha por el poder de aquí al próximo año. Si bien el salto a la Capital ha sido un histórico déficit para un caudillo del Interior, no debe olvidarse que Hermes Binner obtuvo el segundo lugar en 2011 proveniente de la gobernación de Santa Fe (incluso Julio Cobos, vicepresidente electo en 2007, llegaba desde una gobernación: Mendoza). Ello, omitiendo la presentación de Néstor Kirchner en 2003.

Puede verse en todo ello una depreciación de la calidad de los cuadros políticos de tierra adentro, mas no sería lógico disociarlo de la sumisión (más o menos) obligada que han profesado los gobernadores al gobierno central, lamentablemente, en los últimos tiempos, en tren de garantizarse la obra pública de cada día y la migaja coparticipable. 

El ascenso de los intendentes (acepto la pomposidad del aserto) se ha generado sobre la base de esa limitación autoimpuesta de los gobernadores, sobre la asunción de su eventual función de delegados del poder residente en la Capital. No obstante, no sería completo el panorama ofrecido sin tomar en cuenta la descentralización de la obra pública que el kirchnerismo ha realizado en los líderes distritales, en la búsqueda de figuras prestas al ascenso, no menos prestas a aceptar el rosario de verdades oficiales a tales fines.

Así, la figura antes "oscura" del intendente (el Barón del Conurbano, el "sindicalista gordo" de la política partidaria) ha sido desplazada por la del jefe comunal joven y con rostro humano, en ciertos distritos. El intendente vertebra las bases desde su misma génesis, entabla una charla de tú a tú con presidente y gobernadores -no es ocioso recordar que varios partidos conurbanenses superan en población a provincias enteras-. Los municipios más poblados no son otra cosa que proto-provincias cuyo control es imprescindible desde adentro (ya no desde la lejana y coqueta urbe de las diagonales). La fibra del aparato, en escueta síntesis.


Foto antigua de los Barones del Conurbano: la huida de
algunos de ellos de las huestes kirchneristas ha complicado
-cuando no imposibilitado- el control de sus plazas de origen

Por ello, la formación política que persiga la victoria en los comicios venideros no podrá excluir de su armado a quienes controlan las poleis criollas: así lo entendió Sergio Massa, así lo había comprendido el oficialismo, pero no se trata de un plan a priori alcanzable para Macri. El elemento peronista del que carece es el que en demasía explotan estos líderes. 

Distinto es el caso del radicalismo, una fuerza que piensa en ser aglutinada antes que aglutinante. Su aparato nacional es una tentación para el caudillo sin tendido federal, a la vez que éste retroalimentaría al centenario partido de una figura carismática y con cierta aprobación -que no podría concretar en la práctica de los votos sin un armado territorial extenso y descentralizado-.

¿Implica esto que Macri tenga que congeniar con los boinas blancas provinciales? No sería alocado que, cerrado el camino del acceso a los intendentes más poderosos, el jefe de gobierno se recostara en un aparato más disperso a nivel argentino. Ello no excluye el acuerdo con jefes comunales de otras jurisdicciones, de más está decirlo: la cuestión está en primerear a la agresiva táctica massista de agrupar intendentes del Conurbano + gobernadores + intendentes de grandes ciudades de provincia.

La UCR, sin embargo (puntualizo sobre este partido-movimiento, puesto que abundan los análisis políticos-bloguísticos desde otras ópticas, generalmente desde distintas vertientes peronistas, pero hay escasas aproximaciones estudiando el fenómeno que tratamos aquí), apenas alcanzaría a aportar fiscales y autoridades de mesa, en la medida en que no retenga a sus líderes propios. Si lograra esto último, evitando la fuga y la dispersión consiguientes, su oferta de alianza sería mucho más apetecible. La solución (o no) para este tipo de armados, por tanto, residiría en la mayor o menor concreción del juramento radical: que se rompa antes de doblarse.

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